Hace 6 años, más o menos, le marqué a la que entonces era mi mejor amiga y le dije que estaba deprimido. Ella, como sabía que me gustaba leer, me dijo que conocía un lugar por su casa que estaba "increíble", "padrísimo", "cool" o el adjetivo de moda, donde podríamos tomarnos un café y platicar. Un par de horas después, ya estábamos en una de las mesas de este lugar con nombre pretensioso. Mientras sorbíamos un par de capuchinos (entonces eso era lo cool, padrísimo, o increíble), comencé a decirle que estaba triste. No soportaba la idea de crecer y ser como mi papá: un hombre que todos los días, durante años, se para temprano, va a trabajar todo el día, regresa muy noche, mira una hora de tele y al día siguiente vuelve a hacer lo mismo. Ella me tranquilizó diciéndome que nosotros seríamos distintos, que viajaríamos por el mundo, que tendríamos un trabajo alejado de las oficinas, que yo escribiría un libro, que seríamos famosos y millonarios, que… Hoy, 6 años después, soy como mi padre.
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