
Verán, el asunto es que tengo miedo.
He hablado con varios miembros de mi familia. Y amigos. Ninguno exhibe los síntomas de la cepa de influenza que, según el reporte de hace un par de horas, ya había matado a 103 personas (cinco en el DF). Esa cifra (porque varias veces se olvidan de aclararla) es en toda la República Mexicana y, como lo han dicho varias veces, no se tiene la certeza de que todos los casos tengan que ver con la mutación del virus. Aseguran que es curable. Por supuesto, surgen los rumores acerca de que las autoridades sabían acerca de este brote hace tiempo. Referencia cercana: mi tio trabaja en el IMSS y a su jefe le llegó el memo hace dos meses. Nadie peló el memo. Amigo de Amigo ata cabos acerca de la insistente campaña de vacunación contra la influenza desde hace tiempo, para adultos mayores y niños. Sólo que al parecer ellos han sido los menos afectados. A mi me da algo de fiebre anoche. Aunque intento ser racional, es casi imposible ponerse ligeramente paranoico y considerar los posibles escenarios. Llego a la conclusión de que todo debe ser una coincidencia (y una muy buena broma de Dios, debo añadir,) porque no me duelen las articulaciones, no me lloran los ojos, no tengo tos ni congestión nasal. La fiebre se fue como vino. Llegan los reportes de diferentes partes del mundo. Diez casos aquí, tres acá, ocho más allá. Todos podrían (o no) ser víctimas del virus de influenza porcina.
Decía un médico en Canal Once que los diez días sin clases en las escuelas tenían que ver con el periodo de incubación del virus y su potencial contagio. Así, de alguna manera, se evitaba que un portador esparciera la enfermedad. Pero ¿no tendríamos que vivir cada uno en una burbuja por esos diez días? El gobierno del DF estudia la opción de disminuir al mínimo las actividades en la ciudad, al grado de querer detener el transporte público. Notas (desde ayer) acerca de la total escasez de cubrebocas, de los vivales que los vendieron a precios pecaminosos, de la opinión de expertos acerca de su utilidad, siempre y cuando sean los enfermos quienes los usan y sean de cierto material, no los genéricos que se reparten en las calles. No hay vacuna. Sí hay tratamiento. Pero no es curable. No, sí es curable. No sabemos qué es exactamente. Pero sí, pero no, pero quién sabe.
Mientras escribía esto, veía Guerra de los Mundos. Se me revolvió un poco el estómago cuando Tom Cruise y sus hijos llegan a un punto antes de subir al ferry. De pronto la multitud empieza a golpear su vagoneta, luego a romperle los cristales. Después, los atacan, salen las armas. Al final, la familia se queda sin transporte, matan al nuevo conductor.Y entonces recordé lo que siempre ha pasado con los hospitales en México. Nunca hay suficientes medicamentos, en condiciones normales. Ahora pensemos en una situación de emergencia.
No es que desdeñe la posibilidad de contagio, aunque en realidad no me arriesgo a ello. Pero sí tengo miedo. De las imprecisiones, de la información en letras pequeñas, de los "pueden ser o no ser", de los heraldos de la muerte, de los paranoicos, de las decisiones que puedan tomar un montón de personas comprensiblemente no preparadas para un asunto serio. De la gente que quiera estar bien a toda costa y se plante afuera de un hospital y empiece con un murmullo, siga con gritos y luego con golpes a las ventanas.
Tengo miedo. Del temor de los demás.
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