Algo tiene de poderoso la caída de agua de las nubes a la tierra. Piensenlo, basta con que baje la temperatura y llegue ese aroma peculiar que no todos perciben para que el ánimo de la gente cambie. No, no estoy hablando de los que maldicen hasta a su madre por la cantidad de tráfico vehicular que encontrarán a la salida. Hablo de algo más escondido, más oculto.
Algo tiene de misterio, la lluvia. De pronto, los más se ponen inquietos, aquellos entristecen sin explicación. Pocos somos los que nos alegramos. Cielos grises y nubes apelmazadas… tanta gente los ven como algo ominoso. Yo, por otro lado, sonrío y, en ocasiones como hoy, tomo los cigarros...bueno, tomaba... y me dirijo a la puerta. Camino sin rumbo, sin destino determinado y dejo que el agua, a la que la mayoría de los caminantes le huyen, me revuelva el cabello y me arrugue la ropa.
Un mucho de catalizador de nuestros instintos primitivos tiene esa lluvia. Nadie puede dejar de asombrarse que una vez más se suelta el chaparrón, a pesar de haberlo visto suceder miles de veces en su vida. Como un mandato, tenemos que soltar las palabras: “está lloviendo”. Nos arrimamos a una ventana y abrimos los ojos, como la primera vez, ante el espectáculo. Y nos damos cuenta de que todas nuestras habilidades no se comparan en lo más mínimo a las de la naturaleza.
Algo de liberador tiene la lluvia. Cuando escucho el chapoteo, no hay nada más en el mundo. A veces quisiera ser Gene Kelly, dejar atrás la norma social y cantar (y bailar). Brincar en los charcos, olvidar el paraguas. Empaparme al punto en el que no se pueda más. Ignorar las miradas desaprobatorias, recordar las cosas pequeñas, los placeres mundanos que no requieren dinero ni nada de esas cosas que tanto preocupan. Las presiones, el estrés, los problemas, se resbalan un poco, arrastrados por el agua, ahogados en ella. Y comienzas a ver soluciones, a verlo todo más claro. A pesar de las gotas en los lentes, en mi caso.
Mucho de magia tiene la lluvia. Y agradezco, a quien sea esté allá arriba, que la mande...
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